MELINCUE.- Los hombres con saco y corbata en la sobremesa y las mujeres, con auténticos trajes de baño, cuidando en la orilla a chicos que hoy pasan los 70 años. Las canastas de mimbre en la arena, la vajilla de porcelana en el comedor y el viento moviendo el agua de la laguna en donde el plumaje rosado de los flamencos era otro adorno natural para la mirada de los pasajeros.
Elegancia por sobre la que avanzó el tiempo con décadas que dejaron atrás los años 30. Pero vinieron otras épocas, que también trajeron recuerdos como los que signaron la moda de los 60 y el paso por los 70.
Hasta que un día aquel viento movió otras aguas alimentadas por 300 milímetros de lluvia y la isla comenzó a desaparecer para que el balneario y su hotel quedaran sólo en el recuerdo y en la visión de los pobladores que hoy observan desde la orilla el viejo edificio del Hotel Balneario, acosado por esa inundación de marzo de 1975 que nunca volvió a irse.
Melincué tiene hoy 2500 habitantes y se lo menciona permanentemente, porque en sus tribunales, el juez Carlos Risso instruye la causa por el asesinato de Natalia Fraticelli, en Rufino.
Pero pocos conocen la historia de aquel pueblo que tenía el doble de habitantes y que recibía a más de 15.000 turistas por fin de semana. Al que se llegaba por rutas de tierra y en el que, Bartolomé Tersano y Arístides Maghenzani abrieron el hotel que fue el gran balneario del sur de Santa Fe.
Carruajes y orquesta
Allí, adonde la gente llegaba con carruajes y sus empleados para pasar el fin de semana en una de las 34 habitaciones. El comedor con orquesta, la playa con casillas de madera y que, con el tiempo, llegó a tener estación de servicio, usina, pista de aterrizaje, una cancha para carreras cuadreras, bowling, muebles provenzales y un piano de cola para quien se animase con algún acorde.
Una pasarela de 1500 metros, hecha con palos de quebracho, permitía a los automóviles llegar hasta el balneario. Y por allí se asomaban vehículos con familias que venían desde Rufino, Venado Tuerto, Casilda y hasta Rosario.
Hoy el agua pasa por arriba del camino y sólo permite acercarse hasta la vieja estructura a hombres embarcados que, al llegar allí, se encuentran con que las habitaciones y el salón principal se convirtieron en un gigantesco palomar.
Ahora, Emilio Picinato, un comerciante de 38 años que adora su pueblo, es quien intenta guardar parte de la historia que esconde la porfiada inundación. En su casa conserva un viejo plato de porcelana inglesa y espléndidas fotografías que demuestran lo que fue Melincué: "Uno mira las fotos de antes y lo compara con ahora y te dan ganas de llorar. Hace 20 años me regalaron la primera fotografía, vi las antiguas construcciones, toda esa gente, y me quedé maravillado".
Picinato aclara: "No soy quién para hablar de la historia, sino apenas de lo que yo conocí en mi adolescencia. Era algo maravilloso y alcancé a disfrutarlo. La playa era de arena natural y en mi época la gente ya se mezclaba un poco más. No era tan de lujo, porque ya venían muchísimos turistas y habían proliferado las cantinas, parrillas y quioscos".
El Hotel Balneario sufrió la primera inundación en 1941 y permaneció cerrado hasta 1961. Allí comenzó otra etapa. En 1967 se inauguró el Club Náutico y y la isla era visitada por multitudes.
Ya estaba en manos de la provincia cuando, en 1971, Esther Taconi tomó la concesión junto con su marido: "Trabajábamos con 20 empleados y atendíamos 17 habitaciones por planta. En la planta baja estaban la cocina, el restaurante, y los domingos al mediodía dábamos de comer a 800 personas en dos turnos".
Esther recuerda las calles del pueblo cubiertas de automóviles y de qué manera también trabajaban los negocios que estaban fuera de la isla. "Como venía tanta gente, los domingos ofrecíamos un menú fijo. Pollo al horno con papas y ravioles amasados por mí."
Hasta que se aproximó el final. "No paraba de llover, la ruta 90 ya se había cortado y el camino hacia la isla también se inundaba. Cargamos lo que pudimos y cruzamos hasta el pueblo. Nunca más volvimos. Allí quedaron camas, heladeras, muebles y colchones que se arruinaron. Pero también recuerdo cuando venían importantes personas, como abogados, industriales y estancieros. Familias como los Correa o don Roque Vasalli."
Marcela Ponce cuenta con más años que Esther y habla de su madre: "Ella iba a la laguna acompañando al patrón en el carro. Pero a ese balneario había que ir con lujos y con plata, porque los pobres no entraban".
El agua golpea los viejos muros y por allí sólo revolotean las aves, porque los hombres apenas pueden volar con la memoria, imaginando el Melincué que fue y que hoy no puede ser, porque un día la inundación decidió cambiar la historia.
Por Mariano Wullich
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